viernes, 19 de octubre de 2012

Moda en la Epoca del Porfiriato

En cierta ocasión, Daniel Cosío Villegas afirmó que la sociedad mexicana del ocaso porfiriano había sido fielmente retratada por las fotografías y películas en blanco y negro. Los poderosos y la clase media –decía– vestían la levita, un saco negro que les llegaba casi hasta las rodillas, realizado en paño y con solapas de seda. Mientras tanto, indios y campesinos portaban camisa y pantalón de manta blanca.

Sin duda, en cuestiones sociales los contrastes eran manifiestos, pero en materia de vestimenta existía, además del blanco y del negro, toda una gama de colores que nunca pudieron ser captados por la albúmina y el nitrato de plata. Desde siempre, la ropa ha sido un código social, un recurso para hacer evidente la clase a la que se pertenece. Sin embargo, en el México de principios del siglo **, la ropa trataba de ser también un indicador ante el mundo del alto grado de civilización que, en treinta años de dictadura, se había alcanzado.

Los empeños por “civilizar” a los mexicanos en lo referente a su vestimenta comenzaron alrededor de 1887, cuando las autoridades se fijaron la meta de “pantalonizar” a los indios y mestizos que hasta entonces se habían ataviado con un simple calzón de manta. Penas y multas se impusieron a quienes no se cubrieran con pantalón; se dijo inclusive que su uso favorecía a los pobres que al ser conminados a portarlos, gastaban más dinero en esa prenda y mucho menos en los elíxires que se expendían en las cantinas, pulquerías y piqueras. En realidad, los verdaderos beneficiarios de las leyes pantaloneras fueron “La Hormiga”, “Río Blanco” y demás fábricas de textiles, que de esa manera vieron incrementada la demanda de las telas que producían.

Al iniciarse los festejos por el primer centenario del inicio de la guerra de independencia, los responsables de las garitas que resguardaban los accesos a la Ciudad de México recibieron la orden de impedir el ingreso de todo aquel que no vistiera pantalones. Naturalmente, también podrían llevar sombrero de ala ancha, paliacate y sarape de colores, así como chaquetín o chaparreras de gamuza o carnaza, pero jamás calzones. Las mujeres deberían vestir con similar decencia, portar faldas largas blancas o de colores, blusas recatadas y rebozos en tonalidades sobrias.

Por su parte, la indumentaria de los poderosos incluía, además de la levita, frac, smoquin y sacos en tweed para las ocasiones informales, con una paleta que sumaba al negro el azul, café, gris Oxford, verde seco, beige, blanco y marfil. El caballero vestía trajes conforme lo obligaba la ocasión y el momento del día. Complemento obligado era el sombrero, que debía ser, según el caso, de copa, bombín o cannotier. Finalmente, la pertenencia a una clase privilegiada se hacía evidente en la opulencia o austeridad de los anillos, relojes, leontinas y fistoles, así como en los puños de los bastones o paraguas, y en la calidad de las corbatas y foulards de seda.

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